La historia es sencilla. Cuando llegabas a tu pueblo la batería del coche se ha acabado y has tenido que llevar el coche al mecánico.
El caso es que contada por ti, parece una historia totalmente diferente. Nos la cuentas al Agrónomo, a la Terapeuta del los Mochos y a mí. Nos cuentas que te agobiaste, que no sabías el teléfono del seguro, que dejaste un cartel que ponía “se me ha roto el coche” porque en tu pueblo roban los triángulos de emergencia, que había 35º en la calle y que sudabas, que has tenido que buscar a un mecánico que se llama Q., que el mecánico es un encanto… hablas y hablas, y no paras de mover las manos. La terapeuta de los Mochos me hace señas y me dice que eres un cielo, y el Agrónomo se ríe con cara de lelo (porque es su estado natural). Yo tengo cara de resignación, pero tengo disculpa porque he oído la historia 3 veces en la misma mañana y creo que no estás dispuesta a darme un descanso. Sigues contando la historia… tal qué llamé a mi padre, tal qué el mecánico me dijo que era la batería, tal qué esto, tal qué lo otro… No dejas de mover las manos…
El caso es que mientras tú seguías hablando ocurrió el milagro. Los tres te imaginamos yendo a buscar al mecánico, vestida solamente con el chaleco reflectante, andando por la calle de tu pueblo, un mediodía de un jueves triste con 35º en la calle. Imagen memorable, que quedará para siempre en esa parte del cerebro donde se guardan los sueños, sólo comparable a la mujer de un anuncio de Fa que nadaba en las aguas del Caribe, y al obrero que tomaba una coca cola Light en su tiempo de descanso.
Y es posible que nadie se crea esto, pero es cierto, y la Terapeuta de los Mochos y el Agrónomo pueden dar fe de ello.
TH. Mayo 2011.
PD: Algunas veces se nos acaba la batería. Algunas veces la de los coches.
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