“A los veintidós
años, en primavera, Sumire se enamoró por primera vez. Fue un amor violento
como un tornado que barre en línea recta una vasta llanura. Un amor que lo
derribó todo a su paso, que lo succionó todo hacia el cielo en su torbellino,
que lo descuartizó todo en un arranque de locura, que lo machacó todo por
completo. Y, sin que su furia amainara un ápice, barrió el océano, arrasó sin
misericordia las ruinas de Angkor Vat, calcinó con su fuego las selvas de la
India repletas de manadas de desafortunados tigres y, convertido en tempestad de
arena del desierto persa, sepultó alguna exótica ciudad amurallada. Fue un
amor, glorioso, monumental. La persona de quién Sumire se enamoró era
diecisiete años mayor que ella, estaba casada. Y debo añadir que era una mujer.
Aquí empezó todo y aquí acabo (casi) todo”.” Sputnik, mi amor”
Haruki Murakami, 1999.
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