Apenas él le amalaba el noema,
a ella se le agolpaba el clémiso y caían en hidromurias, en salvajes ambonios,
en sustalos exasperantes. Cada vez que él procuraba relamar las incopelusas, se
enredaba en un grimado quejumbroso y tenía que envulsionarse de cara al nóvalo,
sintiendo cómo poco a poco las arnillas se espejunaban, se iban apeltronando,
reduplimiendo, hasta quedar tendido como el trimalciato de ergomanina al que se
le han dejado caer unas fílulas de cariaconcia. Y sin embargo era apenas el principio,
porque en un momento dado ella se tordulaba los hurgalios, consintiendo en que
él aproximara suavemente su orfelunios. Apenas se entreplumaban, algo como un
ulucordio los encrestoriaba, los extrayuxtaba y paramovía, de pronto era el
clinón, las esterfurosa convulcante de las mátricas, la jadehollante
embocapluvia del orgumio, los esproemios del merpasmo en una sobrehumítica
agopausa. ¡Evohé! ¡Evohé! Volposados en la cresta del murelio, se sentía
balparamar, perlinos y márulos. Temblaba el troc, se vencían las marioplumas, y
todo se resolviraba en un profundo pínice, en niolamas de argutendidas gasas,
en carinias casi crueles que los ordopenaban hasta el límite de las gunfias.
FELISA FERRAZ. I FESTIVAL PIRINEO LITERARIO
Hace 1 año
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